Olga, una niña de once años, había acudido a la papelería cercana a su casa, porque necesitaba comprar material para el colegio. Y en la tienda de Ambrosio, dueño del establecimiento, se liquidaban todos los articulos a mitad de precio, porque dentro de unos meses iba a cerrar el negocio por jubilación y necesitaba agotar las existencias.
- ¡Hola! Dijo Olga. Quiero un lapicero, concretamente, el que está en aquella estantería, y también quiero un blog de dibujo.
Ambrosio envolvió el material y después de coger los euros, se lo entregó a la niña.
¡Qué contento estoy! por fin puedo salir de este lugar tan mugriento y oscuro, con olor a moho, casi las goteras me enferman de la humedad. Cuarenta años aquí encerrado, y nadie me había comprado. Reconozco que soy un poco feo, pero por fin alguien me ha visto con buenos ojos. Hoy comienzo a tener autonomía personal. Desde ahora mi vida se llena de luz. Dijo el lapicero rebosando felicidad.
La niña se fué tan contenta al colegio. Hoy tenía examen de dibujo, y estrenaría su lapicero.
Ya en clase la profesora les dijo que comenzaran a dibujar. La niña no se lo podía creer. El lapicero parecía automatico. Nada más cogerlo de la mano empezó a dibujar un paisaje. Creando imágenes dinámicas con sonidos. El paisaje cobró vida.
La profesora recogió los dibujos y empezó a corregirlos. Al ver el de Olga se quedó alucinada felicitándola por ello, siendo la alumna que mejor nota obtuvo de la clase: un sobresaliente.
Y es que el lapicero llevaba tantos años sin hacer nada, encerrado en el establecimiento de Ambrosio, que tenía muchas ganas de trabajar. Y como agradecimiento se esforzó todo lo que pudo para hacer a la niña tan feliz como lo estaba siendo él, ya que, gracias a ella, vio la luz.
en el blog de Rebeca con su reto "Fuego en las palabras"
María