Jorge y Ana se habían casado hace tres años. Los jóvenes estaban muy enamorados, y su proyecto de vida a corto plazo era tener hijos. No los habían tenido antes por su inestabilidad laboral que no les permitía pagar la hipoteca ni tener horario conciliador para poder formar una familia. Y ahora que, por fin, tenían contratos indefinidos en sus respectivos trabajos, era el momento ideal.
Pero la vida se puso en contra de ellos. Ana llevaba una temporada que no se encontraba nada bien, y había acudido a varios especialistas de la sanidad pública, sin que le encontraran nada anormal. Por lo que, Jorge, decidió llevarla a una clínica privada. Fue cuando en una de las pruebas específicas encontraron lo que tenía: un tumor agresivo en el páncreas con metástasis.
En aquellos momentos no podían dar crédito a las palabras de los Doctores cuando les dijeron que le daban un pronóstico de vida de dos meses.
Después de varias semanas de sufrimiento y agonía, falleció Ana. Jorge sumido en el pozo del abismo, no pudo superar la muerte de su amada, para él la vida ya no tenía sentido. Todo le recordaba a Ana, con cada paso que daba, y todos sus proyectos estaban relacionados con ella.
Por lo que, nublado en la tristeza, decidió acabar con su existencia en la misma habitación en la que ambos tanto se habían amado.
Ató su cuello con una soga que colgaba de la lámpara, retiró la silla, y allí acabó ahorcado en la habitación del amor. Su alma se reencontraría con ella. Tal vez, ambos por fin, podrían formar la familia que tanto habían deseado al otro lado de la vida.