"Helado de polo bombón" (Relato juevero)

Javier no dejaba de mirar por el cristal de la ventanilla del tren en el que se reflejaba la esbelta silueta de aquella seductora hembra que estaba sentada frente a él, desde dónde se dió cuenta que ella le miraba, por lo que, apartó la vista de la ventanilla para posar sus ojos sobre los de ella, los que, fijamente, ambos se clavaron las pupilas.

Olga, estaba sentada de manera provocativa, con los pliegues de su falda por encima de los muslos y las piernas descaradamente abiertas, dejando entrever la perla de su universo por entre su negro tanga.

Javier, nervioso, extasiado y seducido por los encantos de aquella mujer, impulsado por el deseo, intentó profundizar más allá su mirada, traspasando su tanga hasta llegar a sus entrañas, visualizándola en una escena completamente desnuda, mientras la follaba como una bestia por detrás.

Aún desde su imaginada fantasía, Javier, podía percibir en la realidad, las ganas intensas de Olga al ver que, con su mirada tan tentadora, la que hablaba sin pronunciar, buscaba la bragueta del pantalón, imaginando deseaba con ansias lamer su endurecido helado de polo bombón que tenía entre sus piernas, el cual ella percibía por fuera la prominencia que se dejaba notar... y que a Olga le goteaban las babas por entre sus labios, por lo que, se levantó, dirigiéndose hacia el aseo y... 

Javier fue tras ella... hasta alcanzarla por detrás, agarrándola, y cerrando con ímpetu la puerta del aseo, mientras sus manos reptaban impacientes como serpientes todo su cuerpo... manoseándola por todos lados... al mismo tiempo que la desnudaba...

La húmeda garganta de Olga, gritaba desde las profundidades del silencio, derretida de deseo, deseando probar el endurecido helado de polo bombón de Javier, bajándole la bragueta y sacándole su abultada virilidad... saboreando el duro placer... succionando de arriba abajo el exquisito manjar que tenía entre su boca y sus manos... y entre jadeos ahogados fue bebiéndose la nata desleída que escurría derretida por entre sus rojos labios de fuego...

El tren, que hizo entrelazar el destino de ambos, seguía en marcha, hacia un mismo lugar... el edén.

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