¡Qué cansada! Todo el día fuera trabajando. Así que meter las llaves en la puerta de mi casa es para mí todo un ritual. Porque son las llaves de la puerta al paraíso.
Lo primero, deseando despojarme de las ropas de todo el día. Qué gozada desnudarme. Sentir entre mis dedos el contacto de mi piel. ¡Qué placer!
¡Ay dichosos tacones! me tienen los pies machacados. ¡¡¡Buf!!!! ¡qué alivio! qué descansados se quedan cuando me pongo las zapatillas, son un tesoro para mí. Me hacen feliz.
Necesito reencontrarme con mi sillón. Abro la puerta. Y allí está esperándome. Es mi mejor compañero. Es mi vida. Me reconforta. El lugar más acogedor para mí. Cuando me tumbo en él. Desconecto de la rutina. Me adentro hacia el mundo de las fantasías. Me transformo. Para volar con él hacia el infinito. Es un placer inmenso el que siento.
Sin salir de casa. Puedo viajar a dónde quiero. No necesito más que mi sillón y mi imaginación.
Allí puedo ser niña y volar hacia el país de las fantasías para ser Alicia. Puedo transformarme en princesa hasta el palacio de mis sueños. O ser gaviota alzando mis vuelos.
También gozo tomando una taza de té mientras escucho música, disfruto viendo una serie, o me abandono a las páginass de un libro o del móvil. Mientras mi gato se recuesta encima de mis piernas y yo le acaricio.
Mi sillón es mi confidente. Nunca discute conmigo. Solo me escucha. Me relaja. Me tranquiliza cuando llego enfadada a casa. Es mi quietud. Mi placidez. Lo que siento es no poder estar mucho tiempo con él. Acudo al llamado de las obligaciones. ¡Adiós querido sillón! ¡Hasta mañana!
Más relatos sobre la belleza de lo cotidiano en el blog de MOLI.
