Aquella tarde no me apetecía hacer nada. Me dirigí a mi escritorio y cogí un libro al azar. Me tumbé en el sofá a la bartola, y abrí las páginas con rumbo a la lectura enganchándome a la aventura, tanto fue así que me metí dentro de las hojas del libro creyéndome el personaje.
Me vi vestida de detective a lo Sherlock Holmes, con la gabardina, y aunque la pipa no la llevaba, pero sí la destreza e inteligencia astuta para resolver el caso de la desaparición de John.
Seguí las pistas que me llevaron a su Mansión. Su esposa me estaba esperando en la puerta dispuesta a ser interrogada. Una vez nos saludamos la pedí si podíamos entrar dentro de la Mansión, para lo cual, no tuvo inconveniente.
Mientras interrogaba a Alexandra noté en ella cierto nerviosismo. Mis ojos miraban el entorno por si pudiera encontrar algún indicio. Pude observar que la alfombra estaba manchada de sangre. Por lo que, para despistar a Alexandra, la pedí que por favor me trajera un vaso de agua.
Cuando se fué, comprobé con una lupa que, efectivamente, eran gotas de sangre. Cogí la muestra, la guardé en el bolso, y cuando me trajo el vaso de agua, bebí y me despedí de ella.
Afuera en el jardín vi que en el suelo había un hacha manchado de sangre. Seguí recogiendo muestras. Después me dirigí hacia el pantano que había cercano, donde pude apreciar que en el agua había un objeto flotando.
Estaban más que claras las pistas. Tan sólo había que hilvanarlas. El objeto que flotaba en el agua era una pipa. Por lo que, seguramente, el cadáver de John estaría en el fondo del pantano porque Alexandra asesinó a su marido al descubrir que él tenía una amante. Lo que no sabía ella es que yo le regalé la pipa. Porque yo era su amante.
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