Imagen de la red
Cuando en algún momento he retrocedido en el tiempo, no he podido evitar sentir cierto aire de nostalgia, al recordar a las personas que ya no están aquí, aunque tengo que reconocer que una de las etapas más felices de mi vida ha sido la de mi infancia, porque no existían responsabilidades, ni preocupaciones, ni agobios, ni prisas, y el tiempo parecía ir más despacio que ahora.
La etapa de mi niñez fué muy entrañable, cálida, rodeada del cariño y protección de mi familia, y el juego reinaba en mi mundo infantil. Recuerdo que me encantaba hacer realidad los cuentos que me contaban los mayores o los que yo leía, y sacaba de allí a las princesas para darles vida en mí, disfrazándome con camisones largos que mi madre me dejaba, y me veía reflejada de princesa, de esta forma, hacía realidad mis cuentos preferidos.
Imagen de la red
La etapa de mi niñez fué muy entrañable, cálida, rodeada del cariño y protección de mi familia, y el juego reinaba en mi mundo infantil. Recuerdo que me encantaba hacer realidad los cuentos que me contaban los mayores o los que yo leía, y sacaba de allí a las princesas para darles vida en mí, disfrazándome con camisones largos que mi madre me dejaba, y me veía reflejada de princesa, de esta forma, hacía realidad mis cuentos preferidos.
Mis hermanos y yo solíamos jugar mucho a los juegos de mesa como el parchís, la oca, las damas, o el ajedrez, y aunque casi siempre perdía, nunca me enfadaba porque reconocía que perder entraba dentro del juego.
Me gustaba mucho jugar con las muñecas, a quiénes cuidaba, mimaba, protegía, bañaba y les daba el biberón como si fueran bebés de carne y hueso.
Recuerdo con especial cariño aquellos veranos de mi infancia disfrutando en el pueblo de mi abuelo y cuando nos contaba sus batallitas mientras se preparaba un cigarrillo, y siempre con la boina en su calva cabeza y el bastón cerca de él.


Y aquellas calles pobladas de vecinas sentadas en las puertas de sus casas charlando de sus cosas, y esa sintonía de la radío que se escuchaba desde la calle porque las puertas de sus casas las dejaban abiertas sin ningún peligro.
Me lleno de oxígeno puro al recordar esa naturaleza que brotaba de campos verdes cubiertos de espigas y amapolas, esos ríos donde nos bañábamos en aguas limpias y cristalinas que parecían mares con sus arenas de playa; o esos triciclos que pedaleábamos por la calle sin ningún peligro, o esas bicicletas que circulaban cerca de escasos coches donde no había cinturones ni semáforos, ni nadie llevaba de la mano móviles porque no existían.
Los niños pasábamos mucho tiempo en la calle jugando con la pandilla de amigos, a juegos imaginarios, inventados, o los que en aquellos tiempos se jugaban, como al escondite, al corre corre, ladrón y policía, al yoyó, a la comba, a la goma, a las tabas, a los alfileres, a la gallinita ciega, al corro de las patatas.
Imagen de la red
Pero sobre todo, recuerdo mi infancia como aquella etapa en la que los días estaban envueltos de paz, armonía, paciencia, donde no había lugar para las prisas, ni los agobios, ni el estrés, porque el tiempo parecía que transcurría muy despacio.
Esta entrada la he sacado del cajón del recuerdo de mi otro blog que publiqué hace unos cuantos años me pareció una estupenda idea traerlo aquí al relato de los juegos de la infancia.
Más relatos jueveros en el blog de MOLI