Como cada mañana, la pequeña Laura, visitaba diariamente, a la vecina del quinto. Isabel, una anciana que no tenía a nadie más que la soledad por compañía y los dolores de la grave enfermedad que padecía desde hace unos años.
Solo con ver la sonrisa de la niña, durante unos minutos, a Isabel se le quitaban los dolores, pareciera como si la niña le diera combustible para todo el día. Para ella era su mejor medicina. Los abrazos que recibía de Laura eran los que le daban fuerza y energía. Le hacían sentir que todavía merecía la pena vivir, a pesar de las dolencias, no solo las de su enfermedad, sino las otras que eran mucho peor, la de su soledad y tristeza.
Isabel, se quedó viuda hace veinte años, y cuando ya se había restablecido de la muerte de su marido, seis meses después, recibió un duro golpe. Su único hijo tuvo un accidente de tráfico, falleciendo poco después. Fue algo terrible para ella. Su vida se fue con él. Nada tenía sentido para ella. Pero no le quedó más remedio que seguir adelante. Sin ilusión y hundida en la profundidad de un pozo oscuro sin salida.
Ocho años después, nació una preciosa niña en el tercer piso del edificio. Isabel se encariñó con ella, como si fuera su propia hija. Todos los días iba a verla, necesitaba ver su carita de seda, sus ojitos que parecían luceros, su sonrisa iluminando su rostro. Ella era su luz y su droga.
Laura se fue haciendo mayor, y ahora era ella la que, cada día, subía a ver a Isabel, para hacerle compañía, darle abrazos, contarle cosas del cole, leerle las noticias del periódico.
Y así fueron pasando los días. Cálidos y entrañables con el calor de la compañía de Laura, que a pesar de ser una niña, no dejaba de ser una gran heroína por su desinterés en ofrecer su cariño y compañía a una anciana que no tenía a nadie.
Inevitable fue el paso del tiempo, mientras la enfermedad fue avanzando, Isabel se iba apagando como una vela, Laura, siempre ahí, con ella. Y en uno de esos días, mientras se abrazaban, Isabel, se despidió de ella para siempre.
Isabel murió feliz y en paz, en compañía de Laura, como deseaba, entre el cobijo de sus abrazos. Aunque su alma se quedó con ella. Sus alas volaron junto a su hijo.
"Las personas más bellas con las que me he encontrado son aquellas que han conocido la derrota, el sufrimiento, la lucha, la pérdida, y han encontrado su camino fuera de las profundidades" Elisabeth Kübler-Ross.
Muchas gracias por esta preciosa frase querido amigo ETF
María